LETRAS Y CULTURA. AGUADULCE- COCLÉ.

RELATOS - POR  EL ESCRITOR DR. OMAR DE ICAZA A.  CARDIÓLOGO INTERNISTA.
TITULO: “UN MÉDICO EN LOS TIEMPOS DE COLERA”


La ciencia es una de las formas más elevadas del quehacer espiritual pues está ligada a la actividad creadora del intelecto, forma suprema de nuestra condición humana.  (René G. favaloro)


CONTINUACIÓN DEL RELATO: (Por Dr. Omar De Icaza)
    
“UN MÉDICO EN TIEMPOS DE COLERA” 
(3, 4 y 5ta. PARTE)



    
III PARTE

“Yo escribo para quienes no pueden leerme. Lo de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con que”
Eduardo Galeano


YAVIZA

La pista de aterrizaje estaba ubicada en medio de la selva, de longitud corta, solo podía ser utilizada por aviones pequeños y pilotos con experiencia, puesto que terminaba a la orilla del río Chucunaque, un mal cálculo haría que la nave visitara las profundidades y sus integrantes terminaran comiendo sushi.

Al lado de la pista estaba ubicado el pequeño hospital, al cual se llegaba por un trecho fangoso; me pareció  curioso observar que el poblado estaba del otro lado del rió, sin ningún puente que los conectara así que las parturientas y enfermos del pueblo tenían que alquilar un bote, para ser llevados al nosocomio  por una distancia de aproximadamente 50 metros de revoltosas aguas, que aunque parecía un espacio corto, años después cobraría la vida de un estimado  colega.

El Dr.  Manuel Nieto, director, medico veterano en Darién, de aproximadamente 40 años,  nos presentó a Nicolás y a mí al resto del personal y nos llevó al acogedor dormitorio del nosocomio, con catres, paredes de cemento, ventanas ornamentales y techo de zinc, más parecido a un salón de clases, como en efecto lo era ya que el hospital fue diseñado originalmente como una plantel a principios de los 70. Ahí   pudimos descansar unas horas; luego salimos a reconocer el resto del edificio, con sus pasillos estrechos,  unas 30 camas de hospitalización y sobre todo el amplio comedor donde Nicolás y yo ideamos hacer un diario en donde anotáramos nuestras experiencias, lo cual nos haría sentir más  cerca de nuestra familia, el mío lo perdería, algunos años después cuando me decidí a irme a trabajar; al otro extremo de la república en  Almirante, Bocas del Toro.

Al día siguiente, luego del desayuno, Nicolás y yo fuimos a conocer Yaviza ; por una módica suma de 25 centavos, un adolescente nos cruzaba en el Titanic, una endeble piragua,  al poblado; una vez llegado a la orilla subíamos unos 5 metros  por una escalera de cemento y quedábamos a pocos metros del centro del pueblo. Yaviza era un lugar muy pequeño,  con no mas de 30 casas rodeadas de espesa jungla y en la orilla, barcos de pequeño calado, recogían plátano, ñame, yuca y otros productos que los indígenas Embera traían en canoas desde las comunidades ubicadas rio arriba. Allí los productos eran comprados por precios ínfimos y llevados a ciudad capital para ser revendidos en el mercado del terraplén.

Estaba compuesto el pueblo, en su gran mayoría por casas de madera, sobre pilotes, separadas por aceras estrechas por las cuales iban las personas, motos y bicicletas, me extraño ver un Four Wheel, pero poco después me explicaron que pertenecía al señor legislador del circuito, mismo que años después,  creyendo en su impunidad garantizada constitucionalmente y queriendo conocer al pato Donald , termino  de patitas a una cárcel de Miami por cargos de narcotráfico.

Recorrí el pueblo sin mucho entusiasmo ya que cada vez me sentía más lejos de mi familia y no tenía forma de comunicarme, puesto que no había teléfono en mi casa de La  Chorrera y la única manera de enviar mensajes hacia el exterior era por radio y  telégrafo. Al sentarme en el parque, mire a mi alrededor;  personas de raza negra, zambos,  indígenas; la mayoría de ellas, olvidadas por la dictadora y olvidadas en la democracia, quienes trabajaban para subsistir el día a día, sembrando, pescando, cosechando, construyendo ellos mismos sus hogares con pequeños cuartos: “cuartos  de calor y noche , cuartos de  gente pobre con sus chiquillos descalzos”. Trabajadores, orgullosos de su pasado cimarrón, no pedían  favores, no esperaban dadivas ni limosnas, no clamaban por minas ni hidroeléctricas, ellos saben que la palabra desarrollo, en el lenguaje de los políticos,  solo desarrolla  la desigualdad.

Permanecimos Nicolás y yo en Yaviza ,2 días luego de lo cual él fue asignado a una comunidad indígena cercana y yo a un pequeño poblado; Villa Caleta, cinco horas rió Chucunaque arriba. Con cierta resignación acomode mi ropa, mi libro de Medicina Interna de Harrison, enlatados, un radio portátil de 4 bandas y mi diario. En la última noche en Yaviza me encontraba afligido, acomodado en mi cama-catre, dentro del salón de clases, mirando hacia el techo, pensando  en mi madre y en mi abuela, ¿qué hacia yo en ese lugar?.¿Para esto estudié seis años?


IV PARTE
LA MÁQUINA DEL TIEMPO

Vivir no es sólo existir,
sino existir y crear,
saber gozar y sufrir
y no dormir sin soñar.
Descansar, es empezar a morir.
Dr. Gregorio Marañón


Partimos temprano, a las 7 de la mañana de mediados de septiembre de 1991; en una piragua de aproximadamente 10 metros, estrecha, acompañado del motorista Kuna, el Dr. Nieto, 2 asistentes, provisiones para dos semanas y 4 cajas de venoclisis; las 5 horas de recorrido, impregnaron en lo más profundo de mis neuronas imágenes que persisten en mi memoria hasta el día de hoy, sencillamente, paisajes del Edén. La piragua se transmuta en una máquina del tiempo que me hipnotiza, con el suave arrullo del motor, mostrándome imágenes de principios del siglo 15 cuando los indígenas vivían de la naturaleza, , eran sanos , con ríos rebosantes de peces, rodeados de grandiosos arboledas que les regalaban su frutos, selvas llenas de animales que cazaban con el permiso de sus dioses mudos, ciencia primitiva, vida tranquila y en paz.

El sueño término para convertirse en pesadilla el día en que la lengua extraña, enfermedades desconocidas, la espada, la ambición por el oro, la muerte y la “salvación” de las almas llegaron en forma de tres carabelas.

Durante el recorrido, apreciaba las tortugas asolearse tranquilas, sin temor sobre las piedras del río, los lagartos descansando y sumergiéndose, una vez la piragua pasaba cerca de ellos, con la esperanza, suponía yo, de saborear aunque fuera un dedito de un chorrerano, discípulo de Galeno; observé pájaros carpinteros que echaron por tierra mis creencias de la infancia, pequeños venados viéndonos con temor desde la espesura de la verde e interminable selva que nos rodeaba así como indígenas quienes con habilidad extraordinaria, parados sobre sus piraguas pescaban con arpón. Todo lo anterior motivó un fenómeno fisiológico, una respuesta refleja extraña en mí en esos días: sonreí.

El viaje en la máquina del tiempo termino al llegar a Villa Caleta, sin embargo fue para mí el inicio de la experiencia más enriquecedora de mi vida, el punto de inflexión en mi toma de decisiones, buenas y malas, y el médico interno de 25 años que saldría de allí dos meses y medio después sería completamente diferente.
“A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota”
Madre Teresa de Calcuta



V PARTE

VILLA CALETA

Nos recibió el asistente de salud Raúl Isarama, indígena Embera, con excelente actitud, educado, amable respetuoso; hombre motivado e interesado por las necesidades de su comunidad y quien nos ayudaría mucho durante nuestra estancia. Caminando un trecho de unos 100 metros llegamos a Villa Caleta, comunidad indígena tradicional en donde la mayoría de sus miembros abrazaban la religión evangélica y habían dejado sus hábitos tradicionales por ropa “latina”, comunicándose entre ellos esencialmente en español y ocasionalmente en lengua nativa;  llegamos al puesto de salud que sería mi hogar por los próximos dos meses, el mismo era habitado por una joven enfermera procedente de Juan Díaz, quien esperaba con ansiedad mi llegada  a manera de relevo.
 El puesto de salud, arruinado  por la falta de mantenimiento, estaba hecho de bloques, tenía  ventanas ornamentales, piso de cemento y techo de zinc,    a la entrada se podía ver una  placa de metal con el lema “alianza para el progreso”,  una vez que entrábamos nos encontrábamos con un desvencijado escritorio, menú diario de las polillas que lo saboreaban desde hace años, sobre el cual estaban dos repisas para medicamentos en donde las arañas vivían felices y en familia. Este “consultorio”, comunicaba con otro cuarto más pequeño dentro del cual había  un atril de madera, inclinado como la torre de Pisa  un catre de aluminio y lona donde pasaría mis placidas noches;  unas cuerdas pendían amenazantes del techo,( aunque me dijeron después que eran  para colgar solo hamacas) y Lo más importante, había una pequeña refrigeradora a gas, llevada previamente por la enfermera para preservar y aplicar vacunas y que en el futuro yo transformaría en una máquina de hacer boli y fuente de agua fría.

   
A mediodía acordé con el doctor Nieto, que tan amablemente me había acompañado, que una vez él regresara ese mismo día, se harían las gestiones para llevar medicamentos al puesto, ya que si no había casos de cólera, por lo menos podría dar una atención de salud; la enfermera decidió mudarse a la casa de unas de las maestras y Raúl convino  con su esposa, cocinar para mí, con las provisiones traídas del hospital,  la dieta tipo  “la Joyita” consistente en  rabito de puerco, arroz, sardinas , tunas y frijoles enlatados.
Esa primera noche fue la noche, solo, acompañado por mi radio con la cual escuchaba emisoras colombianas, una lámpara de kerosén, la máquina de boli, las cuerdas en el techo y la torre inclinada, realmente no pude dormir. Escuchaba voces fuera del puesto en lengua que no lograba comprender, y que me imaginaba en mi somnolencia inacabada , que hablaban sobre mi presencia o en el peor de los casos de la mejor manera de sazonarme, pero no, los indios eran Embera y  ellos no hacían eso, y que yo supiera los Caribes habían sido exterminados hace mucho tiempo.
Al día siguiente, más tranquilo y acompañado de Raúl hice el recorrido por la aldea, frente al puesto de salud estaba la casa del pueblo, un gran Jorón con piso de tierra que se usaba para reuniones y decisiones importantes del caserío, más allá la escuela, de madera, multigrado y atendido por maestra de etnia Embera, que atendían a niños sin uniformes ni zapatos. La escuela a su vez estaba rodeada de Tambos :ranchos sobre pilotes con techo de pencas  y algunas con paredes de caña agria a las cuales se accedía  por medio de una escalera hecha de tajos en un tronco; no eran más de 30 viviendas; que se conectaban  entre sí por pequeñas trochas, más allá estaba la sede de la iglesia evangélica del lugar, en donde contaban con un pequeño transmisor de radio, quizás, hecho por Marconi, a través del cual se comunicaban los eventos más importantes de la congregación y era la única vía para estar informado con el mundo exterior. A nuestro regreso del recorrido Raúl me enseño la casa del Chaman del pueblo, anciano del mas o menos  70 años que durante toda su vida había tenido la prerrogativa sobre la salud y la enfermedad, aplicando cantos y pócimas extraídos de plantas, sacaba demonios y ahuyentaba a la muerte, no obstante, recientemente esta lo había estado rondando  , presentándose como un espíritu que le había paralizado medio cuerpo y que lo hacía comer y hablar con mucha dificultad, había aceptado ser visto por la enfermera , pero ante el anuncio de mi llegada al día anterior había expresado su completa oposición a ser examinado por mí, no fuese, imaginaba yo que pensaba el anciano Chaman, , que diera en el clavo de su enfermedad, quitándole prestigio o en el clavo de su ataúd empujándolo al más allá.
Al atardecer, Raúl mi invito a su casa en donde conocí a sus 2 hijos y  la esposa la cual cocinaba en un fogón de tres piedras  alimentado con madera que recogía en la selva; dormían sobre hamacas y no tenían más que los utensilios básicos para comer y unas usadas prendas de “ropa americana”, era el único Tambo que tenía techo de zinc, productos del pequeño sueldo que devengaba Raúl como funcionario del ministerio de salud. Convenimos Raúl y yo que me acompañaría todas las noches un joven de 13 años, Vianor, para el cual había conseguido un catre y con quien posteriormente, junto con otros niños de la aldea, atraídos por el festival de bolis, y gelatinas  nocturnas, aprendí mis primeras frase en dialecto Embera. El tiempo pasaba, se acababa el descanso era hora de trabajar como médico.

POEMAS DE SOL Y DE AGUA  COMPARTE CON SUS LECTORES RELATOS COSTUMBRISTAS DE LA LITERATURA PANAMEÑA,
EN LA PLUMA DEL DR. OMAR DE ICAZA.


 


2 comentarios:

  1. A Omar De icaza: habla en su escrito del doctor Manuel Nieto...era mi tio, como un padre. Luego de que murio decidí estudiar medicina. El segundo año de internado lo hice en Kuna Yala. Y ahora, cuatro años,as tarde, soy residente de cuartoaño de urología de la Fundación Puigvert en Barcelona, España. Me ha alegrado leerlas anegdotas del tiempo que conoció a mi tíoToñito, como cariñosamentele decía. Un saludo desde el viejo mundo!

    ResponderEliminar
  2. Respetado colega,aun no he terminado de escribir las anécdotas, el verdadero héroe es el Dr. Nieto de cual hablare mas ampliamente en las próximas semanas. Gracias por escribir y es un gusto conocer al sobrino de un mártir y héroe de la medicina.

    Omar De Icaza

    ResponderEliminar