CUENTO PANAMEÑO - ESCRITOR OMAR ICAZA

CUENTOS DE TIO JULIO
ANÉCDOTAS   Y  COSTUMBRISMO
DE LA PLUMA DEL CARDIÓLOGO
Y ESCRITOR  “OMAR DE ICAZA”






CUENTOS  INSPIRADOS  EN LA MEMORIA DE SU TERRUÑO 
“LA CHORRERA”


La estructura narrativa del escritor “Omar De Icaza” cumple a cabalidad con el costumbrismo panameño y con lo existencial humano.

Rescata al hombre humilde, digno, trabajador, resalta la belleza de la naturaleza la madre tierra y el recurso del “mito” está latente en su discurso narrativo, lo cual abre ventanas de imaginación al lector.  La visión del cuento presentado es clara: Los adultos tenemos el rol de forjar niños con una escala de valores edificante.




“LOS CUENTOS DE TIO JULIO”
(Por: Omar De Icaza – Escritor)


El Señor Julio regresaba del trabajo un poco agotado, pues a sus 60 años poner bloques y batir mezclas demanda más esfuerzo que en la juventud, no obstante, sin seguro ni jubilación era una forma digna de ganarse la vida, por lo menos hasta que su corazón se lo permitiese. Llegando a casa como a las 6 de la tarde, se encontraba con su señora Yiya quien le tenía la cena lista; luego de la comida se acuesta en la hamaca y enciende su tabaco, ya ha perdido la cuenta de cuantos se ha fumado desde los 17 años, y aunque una tos necia y la pérdida de peso de los últimos meses son los heraldos de la tribulación por venir, Julio no los atiende por que la adicción es más fuerte que su voluntad.

Ya llegando la noche, apareció su hijastro Yiyo con tres amiguitos: Gaspar, Miguelín y Omar; Julio los mira con cariño, él no había tenido hijos y la presencia de los niños le daba esa sensación de paz, relajación y autoridad que sólo la paternidad ofrece, sabia a lo que venían, lo veía en sus ojitos ansiosos y traviesos, acudían como cada viernes en la noche a escuchar las anécdotas salidas de su mente ingeniosa y creativa. Sentados en los taburetes del portal de la casa, los chiquillos de entre 6 y 8 años esperaron que el señor se terminara su primer tabaco y sin preámbulo alguno, esa noche les contó:
 Cuando tenía 18 años todos los días iba a la finca de mi tío Filomeno Gonzáles que quedaba como a 5 kilómetros del centro de La Chorrera, cerca del Chorro, me ponía mis cutarras y arrancaba por los potreros que en ese entonces estaban llenos de animalitos diferentes a los de ahora; en ese entonces las vacas tenían dos colas, una era para espantar a los moscas y con la otra cola el dueño palanqueaba para sacarle la leche por las ubres, tenían en vez de dos cachos, tres en la cabeza, siendo el del medio de metal y que servía para afilar el machete, si si , pues les digo niños en ese entonces las vacas eran más consideradas, no como las de
ahora. También los campos de nuestro pueblo estaban llenos de venaos de màs de 100 años, tan viejos que en sus cuernos crecían casas de comejenes, cactus y orquídeas, también había armadillos con corazas tan duras que los gringos los persiguieron durante la segunda guerra para hacer granadas de mano y por culpa de ellos casi se extinguen, y que decir de la abundancia de quiquirimiaus, cruce de gallina fina con gato negro, pero estos solo se podían ver durante semana santa. Pero en fin pelaitos, lo que les quiero contar, es que un día iba yo bajando de cacería con mi biombo como a las 5 y 30 de la tarde, por las márgenes del Río Caimito, cuando de repente al mirar al fondo del Chorro veo algo que brilla intensamente, no podía distinguir su forma, pero me dije “Joo esta vaina hay que investigarla”, sin pensarlo dos veces me tire desde la columbita de la caída de agua y comencé a bucear y bucear, en el camino me encontraba con la fauna propia de ese entonces: camarones en palito que ya venían listos pa el ceviche, bagres voladores que saltaban a la superficie, desplegaban sus aletas y planeaban buscando periquitos mechiamarillos que eran su plato favorito y por supuesto las más abundante de todas; las sardinitas huele- huele que eran fáciles de pescar, ya que al tirarles una lata todas corrían alborozadas a meterse en ella, luego nada más tenias que ponerles una tapa, meterlas en la chácara y estaban listas para la cena en casa. Estas últimas al verme venir se dispersaron en el lecho enturbiándolo todo y haciéndome perder de vista mi objetivo; como no podía distinguir nada decidí prender mis fósforos resistentes al agua marca “talingo blanco” hechos en Suecia con pólvora negra y grasa de la ceja izquierda de ballena viuda y con ellos logre alumbrarme en el fondo. Luego de 15 caminando bajo el agua, encontré entre la arena lo que buscaba ¡ era una cuchilla de oro ¡ feliz de mi hallazgo, para descansar un poco, relajarme y celebrar mi buena suerte, decidí encender uno de los tabacos cubanos, que me había regalado mi amigo el Comandante en Jefe. Una vez terminé, comencé a salir con la cuchillita entre los labios, sin embargo una sorpresa siniestra se escondía en la penumbra, mientras subía, siento en una pierna un latigazo, al mirar para abajo cual no sería mi sorpresa al ver que me perseguía un lagarto” lengua de trailer” espantoso animal de 10 metros con una enorme lengua de 5 metros cubierta de espinas y ruedas de caucho con las cuales te puya y atropella hasta hacerte pedacitos. Viéndolo venir hacia mí , acelere lo mas que pude, sin embargo, al llegar a la superficie me encontré muy lejos de la orilla, nervioso por que el animal estaba a punto de atraparme, caminé sobre el agua dirigiéndome hacia la caída del chorro la cual comencé a subir nadando con mucha fuerza, cuando iba a medio camino miro para abajo y veo que todavía el animal me persigue subiendo también él el chorro a nado, ¡ terror¡ está a punto de atraparme , pero no, yo soy Julio Castillo González, y a mí no me agarran tan fácil, rápidamente me saco de los labios la cuchillita de oro y corto el agua debajo de mi lo que provoca que el lagarto se vaya abajo y se contramate contra las piedras de la orilla. Luego del susto y ya fuera de peligro, llego hasta el margen del río, me pongo la cuchillita en el bolsillo del pantalón, agarro el lagarto, me lo pongo al hombro y me lo llevo a casa.
  Las espinas las aproveche para hacer arpones, el caucho se lo regalé a mi tío Filomeno para que se las pusiera a las ruedas de la carreta y con el cuero hice 33 correas, 2 sillas de montar, 6 pares de botas, y un sombrero que le vendí al General Torrijos y era el que este usaba todos los días, pa arriba y pa bajo. Ese día no tuve necesidad de cazar; con la cuchillita y el lagarto estuve resuelto.
  Silencio total, niños embelesados, absortos, se acabó el cuento, le dan al tío las gracias, un abrazo y se despiden de él.
 Esa noche Omar, durmiendo junto con su abuelita, se reía y reía para adentro deseando que pasara rápido la escuela, que pasara rápido la semana para volver a la casa de Yiyo, sentarse en el taburete y escuchar otra vez los cuentos de Tío Julio.

(Extraído del libro “Anécdotas Interioranas” de: Omar De Icaza A.)


 
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