AGUADULCE COCLÉ - ESCRITORES.

CUENTOS PANAMEÑOS – LITERATURA. LOS CUENTOS DEL TÍO JULIO III PARTE
DEL ESCRITOR  DR. OMAR DE ICAZA

“ANÉCDOTAS INTERIORANAS” OBRA DEL  DR. OMAR DE  ICAZA, CARDIÓLOGO Y ESCRITOR PANAMEÑO.

 “El  trabajo, la lectura y el arte  dignifican al hombre” 



CUENTOS  INSPIRADOS  EN LA MEMORIA DE SU TERRUÑO 
“LA CHORRERA”



Presentamos III Parte de los Cuentos del Tío Julio de la autoría del escritor Dr. Omar De Icaza. Nos presenta en su narrativa  retratos reales del hombre panameño humilde, oprimido por el estigma de la pobreza. Aborda con elementos reales, realismo mágico y toques de humor  la vida y rutina del hombre rural, digno, apacible, hogareño, ingenioso  y ante todo con una escala de valores edificante, legado de espejo para  sus sobrinos y su mundo circundante. El escritor Omar De Icaza inmortalizó al “Tío Julio” en su pluma costumbrista existencial.



“Los Cuentos del Tío Julio  III Parte.”

(Los demonios los llevas por dentro) 

Por: Dr. Omar De Icaza. – Escritor.

Julio Castillo se despertó con dolor de espalda y tos sanguinolenta, ya no trabajaba y en los últimos meses había ido al médico ante la insistencia de la señora Yiya; había recibido malas noticias y lo habían referido al oncológico en donde le habían ofrecido  tratamiento  paliativo para su cáncer de pulmón  dado lo avanzado de la enfermedad.
Se dedicaba ahora solo a la carpintería  logrando con ello ingresos extras que eran tan necesarios para el sustento del hogar. Para entretenerse alimentaba a su vieja amiga, la gata conejera  quien lo libraba de los roedores  del  barrio,  y así mismo sacaba de su jaula para jugar a su lorita  Tranfugita, quien últimamente lo tenía muy preocupado ya que  se había  vuelto  muy boquisucia por ver  en la televisión tantas peleas en la asamblea de diputados.  A los niños los seguía atendiendo tomando fuerzas de donde no había para que no se dieran cuenta de su enfermedad, evitando quitarse el sombrero  ante su presencia de tal manera que su pérdida de cabello no fuera motivo de preguntas inquietantes.
Esa tarde de viernes la señora Yiya les había preparado a los niños chicheme con  empanaditas de carne para entretenerlos mientras escuchaban el cuento , sentaditos en su taburete Miguelin, Gaspar y Omar estaban atentos.Todos listos, les dijo Don Julio, con emoción mientras hacía palmas y les sonreía: es hora de escuchar la historia de hoy.
Hace 10 años   trabajaba como pescador en Puerto Caimito,  todos los días a la seis de la mañana, luego del desayuno, prendía  mi cigarrillo, alimentaba a las gallinas y recogía sus posturas en especial  las de la gallina Clodomira, campeona del barrio quien   ponía 6 huevos por día, cuando estaba desganada, y cuando estaba de buenas ponía 12, cada uno de media libra. Inclusive en una ocasión, les contaba el anciano a los niños, le tiré cerca del nido las criadillas de un caballo, recién capado por brioso   y aunque no puedo asegurarles con certeza que paso, luego de dos semanas  vi a la a gallina cacareando feliz  montada muy oronda, orgullosa y engreída, como reina de carnaval, sobre un potrillo con la cola emplumada.  Ese era precisamente  mi caballo pintao Bucéfalo sobre quien  partía temprano por la estrecha carretera que comunicaba La Chorrera con la playa. El trayecto era tranquilo, pero no libre  de peligros ya que se debía tener cuidado con  las ranas tumba tallo, del tamaño de un canguro y con el peso de un elefante que merodeaban por el lugar  y quienes  de salto en salto  derribaban con su peso los bananales del área  para comerse la fruta, y que en ocasiones , para variar su menú,   atacan a los equinos, , saltándoles encima  y  desnucándolos  de un solo golpe en la cabeza ; también debía ser precavido con los grillos saltimbanquis con patas  musculosas  y cabezas de plomo que  suelen  embestir a los camiones que se adentran en su territorio, dándoles golpes tan fuertes que los voltean patas para arriba. Hace tres semanas habían atacado a un par de caballos que inocentemente disfrutaban de su ensalada de hierba a la orilla del camino, uno del golpe salió disparado hacia  las alturas quedando enredado entre las hojas de una palma real, el otro luego de la embestida fue puesto en órbita terrestre y solo  lo pueden ver con un telescopio de alto poder.
Un día  en particular, luego de llegar a la playa, amarre mi corcel en un palo de tomate, que quedaba frente a la cantina  “El Putamen,” en  la cual entré para tomarme unos refrescos   y disfrutar de sus famosos  ceviches  de   marisco, tan potentes  y de tanto  voltaje que los cardiólogos del  interior del  país se lo administran en venoclisis a sus pacientes para
CUENTOS   COSTUMBRISTAS
DE LA PLUMA DEL CARDIÓLOGO
Y ESCRITOR  “OMAR DE ICAZA”

reanimarlos cuando están en peligro de un paro cardiaco. Luego  de la bebida, bajé  al  viejo muelle en donde me esperaba mi amigo “pellejo de pollo”, veterano pescador del área, quien me esperaba para acompañarme en la faena del día. Luego de los saludos de rigor, verificamos el equipo: caña de pescar, trasmallo, cebo, mi cuchilla de oro,  3 arpones,  “cooler “con hielo, agua , pepitas de marañón asadas como bocadillos para el viaje y recipientes de medio galón para sacar el agua que brotaba de los múltiples  agujeros producidos por los comejenes  en la madera, luego Pellejo y yo sujetamos los remos y comenzamos a avanzar   hacia mar adentro con el fin primordial de sacar de él  la mayor cantidad de peces, filetearlos, y venderlos en el mercado público. Ese día el sol ardía como picada de ortiga  en los ojos,  haciéndonos sudar como un oso polar lo haría en  una salina de Aguadulce.
En un comienzo, tirábamos el trasmallo, solo recogiendo plásticos, latas, y llantas viejas que las personas insensibles tiraban al mar para matarlo poco a poco, también extraíamos delfines y tortugas muertas enredadas en grandes  mallas que mercaderes sin escrúpulos dejaban a su suerte a la deriva. Luego de media hora de esfuerzo en vano, notamos que poco a poco el olor del salitre  marino era reemplazado por una fetidez a azufre y huevo podrido que enrarecía el ambiente, a medida que el olor se hacía más fuerte el viento dejo de acariciarnos el rostro y las aves marinas se alejaron espantadas de nuestro alrededor, se origina un silencio absorbente, completo, absoluto; las olas  dejan de deslizarse por debajo de nuestro bote y comienzan a formarse  enormes remolinos  a nuestro alrededor  de cuyas bocas salen pavorosos lamentos  provenientes del mismísimo infierno .Poco  después vimos con espanto  surgir del océano 13 horribles bestias,  con   cabeza  de tiburón, cuerpo cubierto de escamas negras, alas góticas    y patas tan gruesas como el tronco del macano; los monstruos emergieron  para luego ascender unos 50 metros  y quedarse  batiendo las alas   con la mirada fija hacia nosotros;  al poco rato comienzan a descender con fuerza con la boca abierta .Me dije a mí mismo ¿otra vez monstruos? Bueno, ya nada me extraña en esta vida pensé; sin dilación  tome el trasmallo  y lo lancé con toda mi fuerza hacia los engendros voladores enredándose 5 de ellos en la red  cayendo al mar donde se ahogan, mi destreza provoca la furia de las demás bestias que en fila india descienden hacia la lancha a toda  velocidad, ¡pero yo no me asusto¡  tomé 3 arpones con punta de cascajo del rió caimito y se los arroje  a los que venían  por delante , partiendo por la mitad a igual número de engendros; me quedaban 5 bichos  que eliminar, pero estos viendo la mala dicha de sus congéneres prefieren atacarnos dando vueltas  y vueltas con la intención  de marearme y sorprenderme por los flancos ;  que problema tenía niños,  me había  quedado sin armas, mi situación era desesperada, pero se me ocurrió algo, saque de mi chácara ,32 pepitas de marañón , me las metí en la boca  cogí aire y ratatatata, los ametralle a punta  de pepa, fueron pa bajo los espantajos recibiendo más golpes que redoblante en fiestas patrias. Pescuezo de pollo no cabía del asombro, me dijo “compa ¿y ahora que hacemos con tanta carne?”,  le respondí “lo que no mata  engorda”. Pescuezo entendió el mensaje, saco su machete  y yo mi cuchillita de oro y comenzamos filetear. Con  el producto del día fuimos a un restaurante  y les vendimos a los chinitos las presas  de los bichos como si fueran de cazongo, esa tarde los comensales felicitaron al chef: los patacones con pescado habían quedado  como nunca y tenían un sabor endiablado.
Al terminar el cuento, a diferencia de las veces anteriores, los niños miran a Julio con extrañeza, ¿quieres saber algo?, les pregunta Julio.  Si, dice Gaspar, ¿quiénes eran esos bichos? Julio medito su respuesta, sabía que era la última vez que los niños estarían con él, y quería dejarles un consejo. Respiro profundo, siguió cavilando y al final les señaló: Eso engendros eran demonios y se me pasó decirles que uno de ellos quedo vivo y solo aturdido por las pepitas de marañón; a ese lo amarre y luego lo  metí en un pequeño estanque que hice  detrás de mi casa, donde cobraba un cuara a aquellos vecinos que lo quería ver,  una tarde cuando lo fui a alimentar no lo encontré, en su lugar el estanque estaba lleno de hojas de tabaco.¡wauuu¡, me dije, que regalo me ha dejado este animal con su muerte¡ como si supiera que yo fumaba. Está de más decirles  niños que el regalo no era más que una trampa, un caballo que hizo que ardiera Troya dentro de mí, que perpetuó mi vicio y acorto mi vida.
Los niños escucharon, callaron, comprendieron. Julio les explico que no podría verlos por un tiempo ya que iría a la capital a hacer unos mandados, que no se preocuparan, que en cuanto volviera los mandaría a llamar.  Él  sabía que no era verdad, ese día recibió sus últimos besos.
Dos  semanas después, la llama del tabaco apagó para siempre la vida de Julio  quien murió en una cama sin número dentro de  un hospital  sin recursos de cuyo nombre no quiero acordarme.
Han pasado 30 años, de vez en cuando los  3 niños, hoy padres, se reúnen  para recordar su infancia, echar cuentos  y  hacer memoria del viejo Don julio que el cigarrillo les quito. Nostálgicos los tres agradecen en silencio al Viejo albañil de la barriada Santa Clara sus historias, su cariño y sobre todo sus consejos, que lejos de extinguirse hoy perduran… para siempre.
Cuento Extraído de: “Anécdotas  Interioranas” obra del escritor Omar De Icaza, autor panameño nacido en Chorrera y aguadulceño de corazón. Su esposa e hijo nacidos en el terruño aguadulceño.


POEMAS DE SOL Y DE AGUA COMPARTE CUENTOS RURALES.  NUESTRA ESENCIA O SER PANAMEÑO TOMA IDENTIDAD, EN LA PLUMA DEL ESCRITOR DR. OMAR DE ICAZA, ESCRITOR PANAMEÑO.



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